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Cuarta revolución industrial, necesidad de reestructurar la matriz productiva y la forma de hacer negocios

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Por: Ricardo Flores Chong, investigador económico del Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad Francisco Gavidia.

Inicia un nuevo año, el 2020, y esto permite un espacio propicio para el análisis del contexto nacional e internacional, la manera en como se han hecho las cosas, hacer reflexión sobre las que pudieron ser mejoradas y saber felicitarse por las que se hicieron bien. Este nuevo año permite, también, que analicemos la manera en como se están llevando los procesos productivos y de negocios en nuestro país, considerar si el comportamiento que ha tenido la economía ha sido el óptimo y a cuantos ha sabido beneficiar. A fin de cuentas, la economía es eso, el análisis de la capacidad de satisfacer necesidades infinitas con bienes finitos, como bien decía el padre Ibisate.

Hace unos días el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo presentaba su informe de Desarrollo Humano, en el cual, ubicó a El Salvador en la posición 124 de 189, es decir, estamos a 65 puestos de ser como Níger (puesto 189) y a 123 de ser como Noruega (puesto 1). Esto implica que, aún cuando se ha contado con un crecimiento relativamente constante, este no se ha traducido en mejoras suficientes para la mayor parte de la población. Esto nos debería llevar a replantearnos el modelo económico nacional.

El Salvador, históricamente, no ha sido el país que más rápido ha sabido sumarse a las tendencias mundiales, un ejemplo de esto fue el impacto que tuvo la producción de añil cuando en Alemania se inventó el colorante sintético artificial, esto durante la revolución industrial de mediados de los 1800s, hoy, nos encontramos ante una nueva revolución industrial, la llamada “cuarta”, la referida a la convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas. Klaus Schwab lo menciona en su libro “La cuarta revolución industrial”: Estamos ante una revolución tecnológica que modificará la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos.

Esto conlleva la automatización de procesos, la optimización de procesos, la incorporación de nuevas tecnologías a procesos productivos y de prestación de servicios (caso de El Salvador). En nuestro país el sector servicios es el que más aporta a la economía, con una participación de casi el 70% (comparado con el sector agrícola con casi 6% e industrias manufactureras con el 16%) (BCR, 2019).

Esto nos hace preguntarnos ¿Está El Salvador en condiciones de adaptarse a esta nueva revolución? Y la respuesta es “no”. Por mencionar un ejemplo, en EE.UU. y Europa ya se utilizan sistemas de inteligencia artificial para solventar problemas por llamadas.

¿Qué sucederá cuando estas tecnologías desplacen los Call-Centers en El Salvador? (esto imaginando el peor escenario posible, entendiendo que el cambio no sería inmediato ni tajante). En el ideal, el mercado laboral absorbería el capital humano movilizado (esto en el ideal, el que no sucede en El Salvador). Es por estos motivos que el Estado, la academia, la empresa privada y la sociedad civil en general deberán apostar, exigir e implementar sistemas de generación de capacidades de alto valor agregado, de adelantarse a estas tendencias y ofrecer oportunidades de trabajo conjunto, un trabajo con alto valor agregado y posibilidades de reproducción en el tiempo. Ya este año cuatro grandes compañías han salido de China, ya no es el enfoque de mano de obra da bajo costo o de facilidades a la inversión, ahora son otras características las demandadas.

Algunas de las posibilidades para enfrentar y adaptarse a esta nueva revolución son a través de la integración regional (comercial, educativa y productiva), la generación de infraestructura habilitante, la digitalización y la integración de las MYPE y la juventud. CEPAL lo presentaba en el Foro Regional del SICA, se debe cambiar la propensión económica al rentismo, a los privilegios de las empresas en acceso a recursos naturales y beneficios financieros, mayor impacto tendría el mejorar la capacidad administrativa. El enfocarnos en la educación como generador de cambio en la tendencia, que impactaría en mejores condiciones sociales y permitiría el acceso a empleos de mayor valor agregado. En El Salvador, el Índice de Capital Humano, presentado por el Banco Mundial, nos expone que aunque el Estado garantiza 11 años de estudios, efectivos son solamente 6, es decir, a nivel internacional, un bachiller salvadoreño se compara con un niño o niña de sexto grado de Singapur.

Esta “cuarta revolución industrial” pudiera ser el punto de inflexión que conllevase un replanteamiento del modelo económico nacional, de enfocarnos más en las personas como base fundamental de la economía, de prepararles como tal y permitirles su desarrollo.

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